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Minid the blog, January 05, 2016:

La superstición en Roma y los Libros Sibilinos

Summary:

Leyendo los relatos de históricos uno se da cuenta que en los romanos el nivel de superstición era muy alto, pero, mucho. Tanto, que hoy en día con toda probabilidad nos causaría gracia leer en una revista o un periódico que un ciudadano haya sacrificado una vaca para calmar la ira de un Dios y así traer más empleos a la ciudad. En la Antigua Roma en cambio esto no era tan gracioso y elocuente.

Leyendo los relatos de históricos uno se da cuenta que en los romanos el nivel de superstición era muy alto, pero, mucho. Tanto, que hoy en día con toda probabilidad nos causaría gracia leer en una revista o un periódico que un ciudadano haya sacrificado una vaca para calmar la ira de un Dios y así traer más empleos a la ciudad. En la Antigua Roma en cambio esto no era tan gracioso y elocuente. Cualquier portento era tomado muy en serio y si estos se acumulaban: la paranoia popular escalaba a alturas inimaginables. Y aquí viene la pregunta que siempre nos hacemos: ¿Cómo calmar a un pueblo descarriado por la paranoia? Pues en la Antigua Roma lo hacían con cientos de ritos y sacrificios. En esta entrada repasaremos las locuras de los romanos, algunas de sus costumbres documentadas y, recuerde esto: era otra época.

La superstición existe en la Antigua Ciudad desde tiempos incluso antes de su fundación. Toda la humanidad ya atribuía los portentos a acciones de los dioses. Estos dioses, por cierto, eran molestados con millones de malas acciones insignificantes, o no, de nada más y nada menos que por el mal comportamiento de sus súbditos ¿y quiénes podrían ser? Estos ciudadanos, negligentes con sus acciones siempre metían en problemas al resto de la población. Ya sea por una blasfemia, una oración fuera de tiempo o mal dada, atacando una ciudad sin permiso de los dioses, etc. Y cuando la población entera había descuidado algo, los dioses, en todo su derecho, reprochaban y tomaban medidas. Éste era el pensamiento de la época y en Roma, la religión, no era tan importante en el momento de su fundación como parecía, pero sí lo fue ni bien Rómulo murió.

Como era una paranoia colectiva importante y, que afectaba bastante emocionalmente a todo el mundo, muchos líderes cercanos a la ciudad intentaron realizar todo tipo «soluciones», pero fue en el año 715 a. C. donde Numa Pompilio1, el segundo rey de Roma, fue quien estableció la Religión Romana como tal y sus métodos para profesarla, para aplacar la ira de los ciudadanos, que eran muy belicosos, ayudándoles a encontrar la calma y así desarrollar una sociedad mejor. Aunque estos ritos y procedimientos estaban orientados a aplacar la ansiedad colectiva, también servían como puente para la demagogia, ya que todos estos rituales eran llevados a cabo por la élite de Roma, que podía permitirse el gasto y además, contaban con el beneplácito de la rama genealógica de los padres fundadores, siendo estos los los pilares de todo el sistema político y social. Los romanos abrazaron la religión de tal forma que se volvieron adictos al efecto placebo que generaba. Más adelante, en otro artículo, ahondaré más sobre la religión romana y Numa Pompilio.

Los romanos, para evitar caer en la desgracia, en muchos casos practicaban el ritual del lectisternio. El lectisternio era el culto que los antiguos romanos tributaban a sus dioses colocando sus estatuas en bancos alrededor de una mesa con manjares. Pero cuando el problema era palabras mayores, entonces no alcanzaba con ir a un templo y sacrificar una víctima, había que celebrar Juegos Romanos. De todas formas los romanos ofrecían de todo a los dioses. Desde oraciones, comida, oro, plata hasta otros metales como el bronce o piedras preciosas en los diferentes altares repartidos por toda la ciudad y según la divinidad a contentar ya que no había «un sólo Dios» sino una centena probablemente. Pero esto no era todo: también se ofrendaban armaduras, trozos de ciudades, barcos y, para finalizar, sacrificios. Éstos eran siempre animales pero hubo casos de humanos también. Los romanos más pudientes, además de sacrificar animales ofrecían a los dioses construcciones magnánimas dignas sólo de dioses si les concedían su favor en batalla: templos, parques, fuentes, todo eran prometido si éstos favorecían a los romanos en la batalla. A continuación, nos adentraremos en algunos sucesos típicos que derivaron en parar a toda la ciudad y realizar los dichosos rituales.

Los Libros Sibilinos

Para empezar, quizá la primera historia más característica sobre la superstición romana podría descansar en los famosos Libros Sibilinos y la leyenda la conocemos por una cita hacia Marco Terencio Varrón2 en un libro conocido como Institutiones Divinae de Lactancio3. Hacia el reinado del infame Tarquinio el Soberbio4, la Sibila de Cumas se presentó ante éste y le ofreció 9 libros que contenían las profecías de la ciudad y soluciones a éstos problemas. El precio por estos 9 tomos escritos en griego, sobre hojas de palmeras era altísimo. El rey Tarquinio, obstinado como era, intentó regatear el precio, negándose a pagar pero la sibila no se inmutó ante ese problema: procedió a destruir 3 libros y acto seguido le ofreció los 6 restantes al mismo precio. La mezquindad de Tarquinio quedó patente cuando volvió a negarse, cual fuere una competición entre ambos, pero la Sibila era astuta así que procedió a destruir otros 3 libros más haciendo que el rey caiga en pánico por el error cometido y aceptando a pagar, por el valor de los 9 libros, los 3 libros restantes. Es así como estos libros fueron conocidos como, los Libros Sibilinos y fueron custodiados por sacerdotes. El número total de magistrados a cargo de los libros ha ido variando con el tiempo. Tarquinio creó a los llamados Duumviri sacrorum, que eran dos sacerdotes con el mismo poder, siempre de origen patricio, pero luego hacia el 367 a. C. el número creció hasta 10 sacerdotes: 5 patricios y 5 plebeyos, llamados Duoviri sacris faciundis hasta llegar a los 50 en los tipos del dictador Sila. Los libros sibilinos fueron guardados en el Templo de Apolo en la sagrada Colina Capitolina.

Los libros fueron consultados en numerosas ocasiones. Sobre todo cuando la peste azotaba la ciudad, como fue en el año 399 a. C. en plena guerra con Veyes. Luego de los enfrentamientos (se realizaban en verano) vino el crudo invierno y según el historiador, Tito Livio, fue unos de los inviernos más duros. Había nevado demasiado, bloqueando carreteras, a lo que vino luego una primavera calurosa. Este cambio brusco de temperaturas trajo un verano duro y pestilente. La peste se hizo presente con fuerza y comenzaba a afectar la ciudad. Como no encontraban solución al tema, fueron a consultar los Libros Sibilinos. Los sacerdotes así decretaron un lectisternio:

Apolo y Latona, Diana y Hércules, Mercurio y Neptuno fueron propiciados durante ocho días en tres sofás cubiertos de las más hermosas colchas que se pudieron obtener. Las solemnidades se llevaron a cabo también en las casas particulares.

En época de lectisternio, todo era distinto. Las disputas se dejaban de lado y la calma reinaba. La hospitalidad era lo mejor que uno podía hacer, era como una especie de demostración a los dioses que los romanos «eran buenos y no malos» como ellos creían, por eso durante ese período, todo el mundo guardaba su postura. Incluso se liberaban esclavos:

durante este período, se quitaron los grilletes a los prisioneros y luego pareció un acto de impiedad volver a poner las cadenas a hombres que habían obtenido esa medida de los dioses.

Todo parecía mágico. Pero esto eran en los comienzos. Tal y como relato en mi otro artículo sobre la esclavitud, los esclavos antes tenían un buen trato, dentro de lo que cabía, pero no fue así al final de la república, donde el nivel de maltrato y consideración había tocado sus límites.

El año 344 a. C. cuando Cayo Marcio Rutilio fue cónsul por tercera vez y Tito Manlio Torcuato por segunda se produjo un portento impactante: cayó una lluvia de piedras y pareció que la noche extendía su cortina sobre el día. Los ciudadanos se llenaron de temor ante este suceso sobrenatural, se consultaron los libros para saber qué hacer. Se nombró un dictador, que sólo se hacía cuando la cosa es muy seria, o sea, el Estado mismo estaba en alerta máxima. El dictador fue Publio Valerio Publícola5 fue elegido para llevar dicha tarea, la cual consistió en, no sólo obligar a los ciudadanos de Roma a participar de oratorias públicas sino también a todas las poblaciones vecinas. Quienes se opusieran a esto les esperaban penas fuertes, incluso la muerte dictada.

Habiendo leído a bastantes autores de libros de historia, me queda claro que, los plebeyos eran la parte de la población que se sugestionaba con más facilidad. Los patricios, la élite de Roma, eran los más escépticos de los ciudadanos que no se dejaban llevar por cualquier rumor o portento así porque sí. Esto con toda seguridad se debían a varias razones, entre las primeras, el nivel educacional de ambas era importante. Los patricios tenían estudios, entendían muchas cosas gracias a sus maestros griegos, duchos en varias ciencias de la época. Los plebeyos sólo podían optar por trabajar el campo y la guerra y ahí se acabaron las aspiraciones. Pocos plebeyos alcanzaban el estatus de «nuevo hombre» y lograban estudios, progreso, por lo tanto la población rural, sobre todo, era la más frágil. A veces tengo la idea de que los patricios vivían calmando a los plebeyos de sus temores religiosos y que éstos no tenían tiempo para desarrollar temores. Los temores eran otros, claro, como la pérdida de poder. Pero incluso así, han ocurrido portentos que llegaron a alarmar bien a toda la población, incluida la patricia y que tuvieron suficientes razones para que el Senado ordenada la consulta de los libros.

  1. Latín: Numa Pompilius. Cures, Italia (753 a. C. – 674 a. C.) 

  2. Latín: Marcus Terentius «Varro Reatinus». Rieti, Italia (116 a. C. – 27 a. C.) 

  3. Latín: Lucius Caecilius Firmianus Lactantius. Norte de África (250 d. C. – 325 d. C.) 

  4. Latín: Lucius Tarquinius Superbus. Cuma, Roma (??? - 496 a. C.) 

  5. Publius Valerius Publicola, el sobrenombre «publícola» significa «amigo del pueblo». Roma (c. 560 a. C. - 503 a. C.) 


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