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Minid the blog, January 25, 2015:

Ser recordado en la Antigua Roma

Los antiguos romanos tenían una obsesión con la transcendencia después de la muerte o el ser recordados y lo encuentro perfectamente normal: no había fotografías y mucho menos, vídeos. Ser recordado y reconocido por tus familiares o conciudadanos o por cualquiera del vasto imperio se volvía realmente complicado dejando sólo unas pocas y, en muchos casos, muy caras opciones, para quedar en la psiquis de todos. Esta entrada intenta un poco comentar algunas de las tantas cosas que hacían los romanos, en la época republicana y en la imperial también, para transcender.

Garabatos

La opción menos cara, y quizás la más inocente de todas era el graffiti. Sí, escribir algo en alguna pared de algún lugar, importante o no, para el recuerdo de las generaciones. Pompeya está llenos de inscripciones que sobrevivieron al paso del tiempo e inmortalizaron sus autores: «Me follé a la camarera», «Amplicatus, sé que Ícaro te sodomiza. Salvio lo escribió.», «Floronius, soldado privilegiado de la Séptima Legión, ha estado aquí. Las mujeres no supieron de su estancia. Solo seis mujeres lo conocían, muy pocas para semejante semental», «El 15 de junio, Hermeros folló con Filetero y Caphisus» y así podemos ver unas cuántas. Hay inscripciones que han sobrevivido al tiempo en muchos lugares, en Roma y en Grecia, incluso en el mismísimo Partenón se descubrieron muchas inscripciones. Esta era la forma en que algunos romanos desearon ser recordados y jugaron su inmortalidad a la suerte.

Máscaras mortuorias

La siguiente opción, que era para alguien que optaba por dejar un recuerdo más duradero, eran las imagines maiorum (mascarillas funerarias) que normalmente eran exhibidas en las casas de cada familia o bien eran mantenidas a resguardo. Casi cualquier romano podía permitirse una de éstas máscaras hechas de yeso y estaban contempladas dentro del derecho de imagen (en latín, Ius imaginum), que consistía en poder exhibir tales mascarillas en el atrio de su propia casa. Se dice que el propio Julio César, mientras agonizaba en el suelo luego de que lo apuñalaran varios senadores, se cubría su cara con la toga para preservar su rostro, de forma que le hicieran una de estas mascarillas. Es probable que César se le practicaran no una sino varias de estas mascarillas antes de su cremación, aunque no sobrevivió ningún ejemplo de éstas. De todas formas, cualquiera que quiera ver el rostro del César puede acercarse a la vía imperial, en Roma y apreciarlo o bien en Francia, donde preservan uno de los bustos mejor conservados del famoso dictador. Era lo más próximo a una fotografía de esta época.

Murales

Ya si su bolsillo lo permitía, la siguiente opción más accesible eran los murales y las pinturas en todas sus variantes. Aunque éstas no se utilizaban normalmente para representar retratos o a uno mismo, en la época de Augusto era muy popular el autoretrato en un pequeño lienzo. No hay lienzos de ésta época que podamos disfrutar, la mayoría de las pinturas fueron hechas en casas, palacios y otros lugares. Se dice que Nerón había encargado un retrato de él en un lienzo de 35 metros de longitud. Los romanos eran amantes de la pintura y la escultura, a tal punto que contrataban por dinerales a cualquiera que demostrara talento para hacer pinturas o bien, si eras un senador llamado Varrón matabas, saqueabas y extorsionabas por conseguir obras de arte original. Los griegos eran, entre ellos, los mejores pintores y escultores de toda el continente que eran perseguidos por los romanos para realizar cualquier tipo de obra de arte. Pero si la pintura era ya cara de por sí, el conseguir un buen artista complicaba la cosa aún más. También estaba el añadido del color, que no era fácil de reproducir y, muchos de los tintes estaban prohibidos, incluso con la muerte, como era, por ejemplo, el color púrpura, que era tan complicado de conseguir que los magistrados sólo se les permitía una banda púrpura distintiva. Pero volviendo al tema; ningún romano de a pie se podía costear pinturas o murales en casa, esto estaba ya reservado para los ricos, y en general, los muy muy ricos.

Mosaicos

Ya, Diego, pero la pintura no era lo único que había y en general, seguro buscaban algo más duradero. Como los mosaicos, diréis con toda emoción. Y es verdad, los mosaicos eran muy populares. Si eras un romano un poco más rico de lo normal, el mosaico era ya una opción duradera aunque igual de incómoda que la pintura sobre muros, podías permitirte un gran mosaico en tu casa pero de ahí no se iba. Además, todo el mundo lo pisaba, cada tanto había que repararlos y costaban un dineral de hacer. Lo normal era que representara tu nombre completo, alguna hazaña y, si el artesano era muy bueno, pues tu retrato personal, por supuesto, aunque ningún resultado terminaba en calidad fotográfica. También hay mosaicos representando dioses, animales, que en general son caballos, mujeres y hasta gladiadores. Quizás el mosaico más impactante encontrado fue el famoso Mosaico de Alejandro, descubierto en 1830 en Pompeya, en la Casa del Fauno. Es de un detalle y trabajo excepcional, de un valor, diría, incalculable y se sospecha que es una reproducción de una pintura. Lamentablemente parte de este mosaico se ha perdido con el paso del tiempo y las circunstancias.

Bellator

Si ya tenías en mente la máscara mortuoria. Tu familia te había dedicado algunas pinturas, y algún que otro busto en vida, la hora de transcender era entrando en el ejército y volviéndote una aunténtica máquina de guerra, como Lucio Sicio Dentato o como Horacio Cocles. El ejército proveía, además de aventuras, la salida del agobio de los padres, el tener que trabajar por dos duros y nunca poder progresar. Sí, en el ejército el final prometía más cosas que la muerte, como por ejemplo, tierras, dinero, botín y incontables oportunidades de birlar el vil metal. Pero eso sí, si en un ataque de fortuna, entrabas primero a una ciudad fortificada o salvabas a algún alto mando de una estocada, te esperaba la gloria. Las primeras pequeñas condecoraciones eran algo, pero una aspirar a una corona obsidiana o una cívica era una de las cosas más anheladas por el romano promedio. De hecho, el súmmum de la gloria militar era entrar en Roman como triunfador, o sea, ser parte de un triunfo, en una carreta tirada de caballos blancos, considerados los más puros, con un esclavo a tu espalda, sosteniendo una corona de laureles de oro sobre tu cabeza mientras te dice: Respice post te! Hominem te esse memento! («¡Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre!») para que no se te olvide que eres humano y no un dios. Roma se conoce, en parte, por la incontable cantidad de campañas militares que hizo, imaginen si no hubo oportunidades de transcender.

Escritura

Los romanos escribían y lo hacían mucho, incluso sabiendo lo efímero y delicado que suponía que estuvieran dando vueltas por ahí rollos de lino, pero lamentablemente, a pesar que escribir hoy en día es accesible, en la Antigua Roma, la escritura estaba limitada a unos pocos y era bastante cara. Tenías que ser una persona muy importante para escribir un libro, un tratado o algo que fuese de interés incluso para tu familia. Lo normal eran escribir cartas. En general, el romano rico tenía siempre un escriba, o un secretario, de nacionalidad griega, que podía escribir tanto en griego (obvio) como en latín. Normalmente la gente que escribía libros lo hacía por dos cosas: propaganda o para legar algún conocimiento. Mucha de la historia romana se puede apreciar a través de las cartas personales que muchos mandatarios y hombres importantes. Por otro lado, los editores de la época eran de lo más abusivos: se frotaban las manos para que les dieras la exclusividad de un libro y se hacían muy pocas copias a altísimo coste para clientes, por supuesto, todos educados y muy ricos. Pocas obras se conservaban y, ya los Libros Sibilinos demostraban la fragilidad del objeto y lo complicado de tenerlo a salvo. Recordad que en la Antigua Roma el índice de analfabetismo era alto, por lo tanto, pocos sabían leer y escribir, y encima hacerlo todo en griego, menos aún. Para el día a día usaban tablillas de cera todo el tiempo para anotar, porque el papel no estaba todavía impuesto e, incluso los papiros y otros géneros similares eran igual de caros y complicados de conseguir. Y no hablemos ya de tinta y plumas, ni mucho menos, de bolígrafos. Las risas que se está echando Julio César de vosotros ahora. Escribir libros útiles era ya una de las grandes formas de trascender. Libros como De Agri Cultura de Catón el Viejo, Ad Urbe Condita de Tito Livio y otras obras son excepcionales ejemplos de textos que dieron a sus autores inmortalidad asegurada. Ya que hablamos tanto de César, vamos a comentar que él escribió, bueno, dictando a sus escribas, su paso por las Guerras Galias, en De Bello Gallico (Comentarios a la guerra de las Galias) en donde se la pasa justificando porqué fue a pasar por la piedra a unos cuántos galos.

Político

El siguiente nivel era hacer el cursus honorum y volverte un político. Los más prominentes en el campo de la política, sean patricios o plebeyos, se catapultaban al estrellato dictando una ley. Ejemplos de leyes hay varias y, cualquier ley no llegaba a imponerse porque sí. De hecho, los romanos peleaban entre ellos incluso matándose por instalar leyes. Todas las leyes eran acompañadas de quien las promovía: Lex Caecilia Didia, Lex Junia Licinia o la Lex Iulia eran claros ejemplos de leyes nombradas por su impulsor. Todas estas leyes perduraron en el tiempo y siempre que un romano necesitaba protección podía apelar a ellas. Había dos caminos: el fácil, que era siendo un Patricio y el nada fácil que era siendo un plebeyo. Era una forma de transcendencia reservada sólo para unos pocos. La mayoría de los políticos gastaban dinero sin parar para llegar al poder, sobornando y de esta forma, mientras que los plebeyos simplemente llegaban al poder mediante la agitación accediendo así a tribunado. Con el tiempo, los tribunos, los plebeyos, pudieron acceder a magistraturas sólo reservadas por los patricios. ¿Cómo se accedía a esta inmortalidad? Montar unos juegos memorables, ejercer un cargo religioso de por vida, realizar un censo, llegar a ser cónsul o dictador te aseguraba quedar anotado en los anales de Roma lo cual proporcionaba un honor increíble, pero, claro, bastante más caro de lo que imaginas. Julio César llegó a serlo todo sólo pidiendo prestado. Si Julio César viviese en esta época y, fuera uno de estos nuevos emprendedores de internet, ya habría hecho una docena de rondas de inversión serie A, B y C, sin siquiera sacar la primera versión de su producto. Así de carismático y manipulador era Julio César. Cuando ya había aniquilado la Galia, César debía una millonada, que supo devolver haciendo que media población gala se volvieran esclavos además de los botines de guerras recogidos. Pronto llegó a ser el más rico de Roma, porque Craso, aunque regordete de la buena vida que llevaba, había muerto en su intento de conquistar a los partos.

Constructor

Aún teniendo un buen historial militar o político llegando a ser cónsul, la mejor forma de destacar en la Antigua Roma, sobre todo, en la republicana, además de ser el salvador del pueblo realizando una hazaña suicida o bien, por campañas militares exitosas, era sin dudas la de construir. Construir, construir y hacerte cargo de la manutención del lugar: acueductos, templos, carreteras, teatros o hasta un coliseo. Una práctica que luego, en la Edad Imperial fue monopolizada por los mismos emperadores.

Construir algo útil siempre fue mejor que tener estatuas. Las estatuas a pesar de estar hechas de bronze, piedra o mármol entraban eran susceptibles de ser el primer objeto de ser elegido para su destrucción debido a la damnatio memoriae (condena al olvido).

Cuando el Senado Romano decretaba oficialmente la damnatio memoriae, se procedía a eliminar todo cuanto recordara al condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegaba a la prohibición de usar su nombre. Si había un problema, ¡zas! empezaban a tumbar cuanta estatua había. Cuando Julio César llegó a Roma con su ejército, sus seguidores ya habían martillado cada estatua de Pompeyo El Grande. Esta acción molestó a César, porque aunque Pompeyo estaba en el bando enemigo, él le respetaba y le consideraba un amigo como tal. Sin embargo, el dilema de las construcciones es que se conocían por su nombre y así seguían, aún sin tener el nombre de quien la había construido. El Foro de César, Las Termas de Caracalla, La Vía Apia, etc.

Emperador

En último lugar, tenemos el convertirse en Emperador de Roma. Un puesto que, al comienzo se heredaba, pero con el pasar del tiempo, quien tenía más dinero podía optar a ser emperador. Ser emperador significaba muchas cosas, entre ellas, volverse la persona más importante y de conocimiento público de todo el imperio. Las noticias que se esparcían a lo largo del imperio te mencionaban. En cada obra, te mencionaban. Eras el que iniciaba y daba fin a todos los juegos. El que realizabas los ritos más importantes. El que tenía todos los poderes habidos y por haber concentrados en ti. Te pintaban en lienzos, erigían estatuas de ti por todos lados, placas conmemorativas en cada ciudad del imperio. Espera, eso no es todo, incluso ya que estamos, hacemos una ciudad con tu nombre, ¿Qué te parece Zaragoza? o mejor dicho… Caesaraugusta. Siendo emperador escribías, en general, pagabas para que escriban la historia que a ti te convenía contar. Eras el mismo centro del universo.

Todo lo que se construyera llevaba el nombre del emperador. Incluso hasta las monedas de todas las denominaciones. Eras una especie de ícono hasta el día en que morías y si habías sido un emperador bueno, ganabas la divinización, si en cambio eras un demente, te ganabas con toda seguridad la damnatio memoriae.


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